lunes, 20 de abril de 2015

Marina Abramovic: “Cuando empecé me querían encerrar”





"¡Jamón ibérico!", dice en español Marina Abramovic, icono del arte contemporáneo y pionera de la performance, ese género en el que el artista actúa y trabaja con su propio cuerpo para convertirlo en parte de la obra. Nacida en Belgrado, en 1946, Abramovic —quinto personaje más influyente en el arte contemporáneo según la lista de ArtReview de 2014— entorna los párpados para recordar su paso por Madrid hace tres años, cuando actuó en el Teatro Real en la ópera que contaba su vida e imaginaba su muerte: "Estuve un mes y solo comía jamón. Cada noche, después de la representación, ¡jamón!". Sin embargo, Abramovic está ahora en São Paulo. La ciudad brasileña acoge hasta el 10 de mayo Terra Comunal, una retrospectiva de sus cuatro décadas de trayectoria. Las obras de Abramovic se han visto también en la feria de arte moderno y contemporáneo que finalizó el domingo 12 de abril en esta inabarcable urbe.
La conversación transcurre en un camerino del teatro del Sesc Pompeia. Los Sesc son centros vecinales, financiados por empresarios del comercio, en los que se puede comer, bailar, ver exposiciones o asistir a cursos. A la performer le están cepillando su larga coleta porque en breve sale al escenario para dialogar sobre su trabajo con un público joven. Siempre de negro, se disculpa por el trajín de peluquera y maquilladora que le dan los últimos toques. "Mi vida es así", dice como si contase un cuento, con voz envolvente.
Pregunta. Usted se definió como "la abuela de la performance...".
Respuesta. Odio ese término [sonríe]. Cuando lo dije era joven, y ahora soy mayor. Tengo una palabra mejor: guerrera... soldado de la performance. A mi edad y haciendo shows, tienes que ser un soldado, si no, te mueres.
En el pasado, Abramovic llevó en muchas actuaciones su cuerpo al límite. Su primera performance, hace más de 40 años, consistió en puntear con un cuchillo entre los dedos abiertos. Hubo sangre y lo grababa.
P. Sus creaciones han cambiado mucho desde entonces.
R. La gente piensa con nostalgia que antes las performances eran más radicales. Te cortabas, te desnudabas, pero ahora son un proceso más mental. Entonces, tu público podían ser 10 personas, así que en verdad casi nadie las vio. Los museos aceptan hoy las performances como el vídeo o la fotografía, pero ha llevado mucho más tiempo ganarse el respeto. Ha habido un cambio radical: cuando empecé me querían encerrar en un manicomio porque creían que estaba loca, y hoy me alaban.
P. ¿Pero era necesario llegar a infligirse dolor?
R. Lo de la violencia, masturbarse, cagar… ya lo hicimos. Ahora se trata de descubrir qué hay en nuestra mente. Solo entendemos el 33% de nuestro cerebro, así que no sabemos una mierda.
P. Para llegar a esto, usted propone la introspección del método Abramovic: ejercicios para relajarse y conocerse mejor.
R. ...Quiero que te quedes a mi charla sobre el método. No vuelvo a hablar contigo nunca más si no asistes [ríe]. Así te podrás convertir en alumno mío.
P. Los que acuden a las clases de su método pasan media hora de pie, otra media sentados, después tumbados, luego tienen que moverse a cámara lenta, les ponen unos cascos para aislarse…
R. Son dos horas y media en las que tienes que dejar de lado tu ordenador, tu reloj y el móvil. Te liberas de la tecnología, de la que somos prisioneros por cómo nos relacionamos con ella. A los alumnos los preparo para que sean capaces de… de ver como una luz que pasara y dejase todo en calma absoluta. Normalmente no sabemos hacerlo porque estamos ocupados, ansiosos. Cuando he trabajado con gente joven el choque es fuerte porque no se creen que puedan estar sin auriculares escuchando heavy metal. Cuando hay silencio, te reencuentras contigo mismo. Y mi método busca cambiar las cosas, pero si no cambiamos antes nuestra consciencia, no podremos cambiar el mundo. Y si no cambiamos el mundo, alguien lo hará por nosotros.
P. ¿Cómo está siendo su experiencia en São Paulo?
R. Increíble. Estoy muy feliz por la muestra en el Sesc Pompeia y por mi importante presencia en la feria. Lo que estoy haciendo estas semanas es lo más complejo que he acometido nunca: se exponen mis trabajos, imparto talleres a ocho jóvenes performers y daré ocho charlas al público.
P. ¿Y toda esa actividad?
R. La mayoría de artistas, cuando tienen una exposición, van a la galería, cenan y se van al hotel. Yo estoy cansada de eso, ya tengo suficiente currículo. Lo que quiero es interactuar con la gente, y Sesc es el espacio más democrático que he visto: todo es gratis, hay gente de todas las clases y creencias, niños, ancianos; hacen té, puedes ver arte, leer periódicos… Esa es mi audiencia. Quiero poner energía en mi trabajo, no solo mostrarlo, como hacen muchos.
P. ¿Y planea volver a España?
R. Mi plan es que tú me invites [risas].
P. La última vez estuvo en Málaga, hace un año, por una retrospectiva en el Centro de Arte Contemporáneo.
R. Fue una locura. Cuando llegué a la inauguración había 5.000 personas en la calle, creí que me había equivocado de dirección. Casi no podía respirar de la emoción. No pensé que pudiera haber tanto amor hacía mí.
P. ¿Cómo se siente uno cuando ha mostrado en un escenario cómo quiere que sea su funeral?.
R. La muerte [dice en español dramáticamente]. Me encanta cómo suena esa palabra en español [ríe]. ¿Sabes por qué? Porque amo las corridas de toros, he ido a muchas, he leído a Hemingway... Las corridas simbolizan la oscuridad y la luz... me entristece que en Barcelona las hayan prohibido. Es muy estúpido prohibir una tradición que viene del alma… La muerte es importante y por eso lo he organizado todo. No voy a vivir siempre.
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BLANCA ORAA MOYUA

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